viernes, 9 de noviembre de 2012

Panorama general; Edad Media

PANORAMA GENERAL DE LA EDAD MEDIA


La Edad Media europea, alta y baja, en sus aspectos económicos y sociales, dejó de considerarse una era signada por pocos cambios. Por el contrario, las investigaciones históricas han revelado una gran riqueza de hechos condicionantes de las relaciones sociales y de intercambio, apalancando las transformaciones que caracterizarán la emergencia del capitalismo 1. Solapándose con una sociedad arraigada en la costumbre y la tradición, a partir del siglo IX o X el incremento de la población y la expansión del comercio marcarán la pauta para el despliegue de inéditas fuerzas sociales y productivas. Condicionando y siendo condicionadas por estas variables, ocurrirán cambios en las técnicas de producción, de organización de la producción y aparecerán nuevas instituciones. Se modificarán las reglas, normas y costumbres que regían en las relaciones de propiedad, de trabajo y de servicio. Resurgirán hasta hacerse predominantes las transacciones de todo tipo saldadas con moneda. Las diferentes regiones europeas, en diferentes momentos, se alinearán en redes de comercio, siguiendo las ventajas de su posición geográfica y atendiendo a su grado de desarrollo institucional. La producción de alimentos en el medio rural y la producción artesanal de las ciudades se vincularán de manera incipiente a las condiciones de oferta y demanda prevalecientes, estableciéndose una división del trabajo con base en la especialización. Sabato (1980: 12) ha expresado de manera elocuente la insurgencia de este panorama:
El fundamento del mundo medieval era la tierra, estática y conservadora. Se vivía en términos de eternidad, el tiempo era el natural de los pastores y cultivadores, el del despertar y el trabajo, el del hombre y el amor: el pulso de la eternidad... pero el mundo que tumultuosamente ha de reemplazarlo es el de la ciudad, liberal y dinámica por esencia, regida por la cantidad y la abstracción. El tiempo es oro, porque los florines se multiplican por el simple transcurso de las horas, y hay que medirlo seriamente, y los relojes mecánicos sobre los campanarios sustituyen a los bellos ciclos de la vida y de la muerte.
Sin embargo, al hablar de cambio no lo estamos haciendo en términos de un proceso “revolucionario” sino de un proceso gradual y lento. En algunos casos este proceso significó la vuelta a prácticas económicas y sociales superadas, y en otros casos supuso el arraigo de rígidas tradiciones, como con respecto a la servidumbre en Europa oriental, que se mantuvieron por varios siglos. Por lo demás, los cambios puntuales demográficos, en la tecnología, en la producción, en la organización del trabajo, en los intercambios, en las actitudes, se solapan unos con otros, de manera que solamente es válido considerarlos en conjunto. Las perturbaciones aparejadas a estos cambios, como el sostenido incremento de los precios de los cereales hasta principios del siglo XIV, la emergencia de la peste negra en 1340 o la inestabilidad monetaria a lo largo del siglo XV, nos advierten respecto a no extraer conclusiones que evidencien una orientación sesgada en la consideración de este período.


Dentro de estas perturbaciones que evitan ver la economía medieval en términos de un in crescendo lineal y acumulativo, probablemente las más representativa sea los efectos recurrentes de la peste. Los brotes y rebrotes de la peste a lo largo de casi diez siglos van a constituir verdaderos cataclismos sociales, al diezmar de manera significativa a la población, a veces coincidiendo con graves crisis agrarias que provocaban hambrunas y desorganizando por completo los circuitos de producción existentes. Los impactos de la peste están documentados desde fecha tan temprana como el año 541; cuando, comenzando su invasión desde la Europa meridional, el bacilo de la peste se propagó rápidamente desde los puertos del mediterráneo, pero afectando en menor medida a la Europa del Norte. Empero, las perturbaciones a las que estuvo sometido el orden medieval no impiden destacar que la dirección de los cambios, vistos en conjunto, es característica. En el comienzo del siglo XV, en términos generales, Europa está preparada institucionalmente para afrontar una nueva era de expansión mercantil, impulsada por la empresa de las exploraciones, los descubrimientos geográficos, así como por los nuevos roles que signan la actividad productiva, reflejada en la acumulación del capital, el desarrollo incipiente de la industria, y por el papel político y económico adquirido por los Estados nacionales.
Caracterizar la sociedad feudal europea es una tarea difícil porque no se trata de una sociedad uniforme que avanza o retrocede en una sola senda. Bloch (1958), en un análisis global, describe al feudalismo como un sistema político, un sistema económico, y un sistema de valores. El feudalismo puede verse como una forma acompasada de estilo de vida. Aunque fuertemente ligado a las necesidades militares, no dependía completamente, ni estaba influenciado exclusivamente por el desarrollo de instituciones militares. En su primera etapa de desarrollo, el feudalismo se centró en los deberes de los siervos hacia su señor o soberano. En su segunda fase, los vasallos afirmaron sus derechos, y en la fase final, un sistema balanceado de obligaciones recíprocas se agregó a las mutuas y complejas relaciones del sistema.
Por su parte, la estructura ideológica de la sociedad feudal va a ser una expresión de la mentalidad de la Iglesia, la institución medieval más poderosa, cuyo poder alcanza desde el ámbito económico hasta el monopolio cultural. En este sentido, como lo manifiesta Duby (1992), el feudalismo va a descansar en el establecimiento, con sus respectivas funciones y sistema de valores, de tres ordenes perfectamente diferenciados. El primer orden es el de los Oratores, dedicados a orar, administraban los sacramentos, predicaban y ayudaban al pueblo. El segundo orden es el de los Bellatores, dedicados a la guerra y a ser los protectores del pueblo de Dios. Estos constituyen, junto con los Oratores los estamentos privilegiados de la sociedad, estaban exentos de impuestos y sólo podían ser juzgados por sus iguales. El tercer orden correspondía a los Laboratores. Destinados a trabajar la tierra para proporcionar alimento, permitían que los otros órdenes se dedicasen a sus funciones propias; careciendo de privilegios, sobre ellos recaía la carga fiscal.
Sobre este mundo feudal estático y tradicional huelga decir que es sumamente difícil discernir fechas precisas de cuándo comienzan a operar los cambios más importantes. En aras del análisis, se ha tomado como punto de referencia el Año Mil, período que marca un punto de inflexión en cuanto a que denota la pérdida de los primeros y tímidos impulsos de progreso de la época carolingia, pero al mismo tiempo representa la alborada de las transformaciones ulteriores, reflejadas, nuevamente haciendo una acotación arbitraria, a lo largo de cinco siglos. Así pues, una visión de conjunto, que sirva de punto de partida para observar los cambios posteriormente sobrevenidos se situará en el Año Mil. Siguiendo la indagación de Duby (1996: 21-22) la sociedad medieval del fin del primer milenio se presenta como:
...Un mundo salvaje, una naturaleza casi virgen, hombres muy poco numerosos, provistos de herramientas elementales y luchando a brazo partido contra las fuerzas vegetales y las potencias de la tierra, incapaces de dominarlas, penando por arrancarles un paupérrimo alimento, arruinados por las intemperies, acosados periódicamente por la escasez y la enfermedad, atenazados constantemente por el hambre. Así es posible discernir también una sociedad extremadamente jerarquizada, tropas de esclavos, un pueblo campesino trágicamente carenciado, sometido por entero al poder de unas cuantas familias abiertas en ramales más o menos ilustres...Así es posible adivinar a unos cuantos jefes, amos de la guerra o de la oración, recorriendo a caballo un universo miserable y apoderándose de sus pobres riquezas para adornar su persona, su palacio, las reliquias de los santos y las moradas de Dios.
Una primera manifestación de los cambios que van a ocurrir, superponiéndose y transformando este orden social, se revela en la esfera técnica. Los cambios técnicos tendrán un significativo impacto en la producción y en la organización de la producción, aunque limitados por los parámetros impuestos por el entorno socioeconómico. Más allá de las restricciones existentes, las invenciones medievales representan una ruptura con un estado de cosas, prevaleciente por varios siglos, que impedía separar completamente los conocimientos y la técnica de la esfera teológica. La paulatina introducción de fines utilitarios se va a reflejar sobre todo en aquellas actividades que resultaron cruciales en el desmoronamiento definitivo de la sociedad feudal. La minería, la guerra, la actividad naval, requerían de innovaciones, en la medida que la expansión geográfica y comercial urgía a encontrar soluciones prácticas a problemas perentorios.
En conjunción con la inserción gradual de la utilidad práctica de los conocimientos y técnicas en la corriente de las fuerzas productivas, durante estos cinco siglos destaca el cambio de actitud mental hacia la ciencia y la tecnología, prefigurando los cambios ulteriores más significativos, sobrevenidos con la revolución científica de principios del siglo XVII. En este sentido cabe discutir por qué sólo Occidente será, a la postre, la civilización capaz de desarrollar la ciencia en su faceta moderna, a pesar que otras civilizaciones, fundamentalmente los chinos, árabes e hindúes, contaban con posibilidades similares o incluso mayores de extrapolar hacia nuevos alcances sus conocimientos empíricos y su filosofía de matices racionalistas. Weber (1969) deja entrever que así como a la astronomía babilónica le faltó fundamentos matemáticos que los helenos fueron los primeros en darle, la desarrollada medicina hindú careció de todo fundamento biológico y bioquímico y la historiografía china alcanzó amplios desenvolvimientos, pero adoleció del pragmatismo de Tucidides, la ciencia moderna occidental pudo desarrollar su potencial apoyándose en una característica distintiva ajena a otras sociedades; se fundamentó en el espíritu imbuido por la racionalización del mundo y el orden social implícito en el desarrollo del incipiente capitalismo.
No obstante lo anterior, los obstáculos impuestos por el orden social prevaleciente constriñeron en muchos casos el potencial de desarrollo de las técnicas medievales. Por ejemplo, se ha argumentado que la inexistencia de incentivos institucionales adecuados para implementar innovaciones constituyó un freno, en principio, para alcanzar una tasa mayor de progreso técnico durante la Edad Media e incluso durante la primera etapa del capitalismo mercantil. Una vez que surgieron los incentivos adecuados, como los derechos de propiedad intelectual, la ciencia se vinculó más estrechamente con la técnica, de manera que la tasa de progreso técnico se aceleró. La aproximación al mundo de las invenciones medievales es válida por sí misma, pero toma mayor relevancia al examinar su papel preparativo de las invenciones relacionadas surgidas con el Renacimiento y los viajes de exploración. Desde esta perspectiva, la conclusión que aporta Mumford (1971: 83) es reveladora:
Si se considera un corte transversal de la técnica en la Edad Media se tiene a mano la mayor parte de los elementos importantes derivados del pasado, y el germen de la mayor parte del incremento que tendrá lugar en el futuro. Detrás se encuentra el oficio y la herramienta, acompañados por los sencillos procedimientos químicos de la granja: en vanguardia están las artes exactas, y la máquina y las nuevas realizaciones en metalurgia y fabricación del vidrio. Algunos de los instrumentos más característicos de la técnica medieval, como la ballesta, muestran en su forma y en su factura la impronta tanto de la herramienta como de la máquina. Esta es, pues, una gran ventaja.
Se considera que la expansión del comercio fue el mayor disolvente de las relaciones feudales. La expansión comercial, a partir del desarrollo de diferentes regiones europeas, va a estar vinculada con la expansión demográfica, con la capacidad de recursos naturales y humanos, con las condiciones geográficas, con las instituciones políticas y administrativas existentes y, de manera importante, con las innovaciones organizacionales introducidas para mejorar y ampliar el comercio. Desde un ángulo global, siguiendo el razonamiento de Braudel (1985), se tiene que, particularmente desde mediados del siglo XV, el sistema de comercio revela una faceta que permite distinguir dos registros de la economía de mercado: uno inferior, vinculado al desarrollo de los mercados locales y los tráficos comerciales de corta distancia; uno superior, relacionado con una esfera de circulación distinta, referido al comercio de larga distancia. El primer nivel posibilita los intercambios donde intervienen tenderos, buhoneros y pequeños comerciantes, se esparce entre multitud de participantes y tiende a ser un mercado competitivo y transparente. El segundo nivel supone la aparición del mercader capitalista, grandes negociantes de productos nacionales e internacionales, que separan la relación entre el productor y el destinatario final de la mercancía. El comercio de larga distancia se reparte entre un número reducido de individuos que introducen como “barrera de entrada” el disponer de un capital importante. Esto les permite lograr intercambios ventajosos que suponen el logro de grandes beneficios, de los cuales se derivan considerables acumulaciones de capital.
El auge adquirido por las ciudades a lo largo y ancho de toda Europa es fiel reflejo de los cambios operados con la expansión del comercio y la expansión demográfica. Las ciudades se van a convertir en centros especializados en el comercio, la industria y la banca, en tanto el medio rural va a especializarse en la atención de las necesidades alimentarias y de materias primas, conformándose así una división del trabajo característica. Ciudades con una vasta red de comercio, conectando centros locales con centros internacionales mediante la importación y exportación de una gran variedad de insumos y productos, contando con eficientes mecanismos de cambio monetario, de crédito y compensación, y apoyándose en una infraestructura de transporte sólida y efectiva, van a conocer un crecimiento económico nunca antes visto en Europa.
Destacan ciudades como Florencia y Brujas, donde se desarrolla una intensa dinámica comercial basada en actividades industriales, fundamentalmente alrededor de la industria textil, de producción de paños de lana y en torno al sector de las finanzas, especialmente en Florencia, con la creación y consolidación de una incipiente banca internacional de importantes repercusiones económicas. El impulso económico experimentado por las ciudades de Italia, particularmente de la región de Lombardía y la Toscana se refleja en el hecho que, hacia 1500, de las 30 ciudades más grandes con las que contaba Europa occidental, 8 eran italianas (Maddison, 2001). Venecia, hacia 1423, contaba con una población de 100.000 habitantes y sus ingresos ascendían a 150.000 ducados. Comparativamente, basta señalar que Francia, con una población de 15 millones de habitantes, tenía un ingreso de alrededor de sólo un millón de ducados. Venecia igualaba los ingresos de España, se aproximaba a los de Inglaterra y estaba por encima del resto de ciudades italianas. Para la misma época, el capital invertido se aproximaba a los diez millones de ducados, rindiendo una tasa promedio de 40% (Braudel, 1984).
El contexto que da lugar al desarrollo de las urbes, va a implicar, además, la irrupción de organizaciones políticas y sociales inéditas, en respuesta a sus necesidades particulares. Así vemos como los órganos políticos y juridicionales comienzan a ser detentados por burgueses comerciantes, que asocian el logro de su bienestar individual con el alcance de la prosperidad urbana. Por ello, surgen los gremios, las comanditas y las asociaciones que fomentan las leyes, normas y acuerdos mercantiles orientados a la búsqueda de esta finalidad superior. Particularmente, los gremios artesanos y los más poderosos gremios mercantiles, revelan una estrecha vinculación con los órganos políticos, en la búsqueda por parte de estas organizaciones económicas de privilegios de todo tipo, con el fin de sustraerse a las condiciones de la competencia y el libre comercio. Sea desde el contexto impuesto por los gremios, sea desde al ámbito más amplio del Estado, la consigna es proteger el comercio y regular las actividades productivas. Algunas de las características de este proteccionismo pueden inferirse del estatuto del gremio de cuchilleros de Paris del siglo XIII, reseñado en Universidad de la Laguna (2002: 36):
Ninguno puede ser cuchillero en París si no compra el oficio del Rey. Una vez que el cuchillero ha comprado el oficio debe jurar por los santos que guardará el oficio y obrará bien y lealmente según los usos y costumbres del oficio, que son los siguientes. Primero. Ningún cuchillero podrá tener más de dos aprendices y no los podrá tener menos de seis años de servicio. Segundo. Ningún cuchillero podrá ni deberá trabajar en días de fiestas que celebra el común de la ciudad, ni de noche, en las cosas que pertenecen a su oficio de cuchillería, pues la claridad de la noche no basta para hacer bien su oficio. Tercero. Ninguno podrá ni deberá trabajar en tiempo normal de vísperas, ni en tiempo de cuaresma, después de completas. Cuarto. Nadie podrá ni deberá sustraer aprendiz u oficial a otro, mientras no haya cumplido su tiempo de servicio.
Por otra parte, a pesar del desarrollo alcanzado por las ciudades, sería un error pensar que éstas sustituyeron por completo el mundo arraigado en la costumbre y en los intercambios de naturaleza no mercantil; en realidad este mundo se sostuvo hasta el final de la Edad Media. Como lo hace saber Cipolla (1978), probablemente, los historiadores medievalistas al describir a los mercaderes, banqueros, fabricantes de textiles y la vida en las ciudades, han ocultado en cierta forma, el hecho más palpable de que, incluso las sociedades más desarrolladas de la Europa medieval siguieron siendo fundamentalmente agrarias. La fracción de la población activa y de los recursos dedicada al comercio y a la fabricación era pequeña, la mayor parte del comercio estaba relacionada con los productos agrícolas, los mercaderes a menudo también eran terratenientes, al igual que los artesanos y marinos eran campesinos eventualmente, además que el mayor porcentaje de la energía utilizada provenía de la agricultura.
El significativo impacto provocado por los cambios demográficos sobre la dinámica de la vida productiva y social medieval, constituyó un condicionante del desenvolvimiento de otras fuerzas. Europa experimentará un importante incremento poblacional hasta mediados del siglo XIV, sirviendo de incentivo para la expansión de la frontera agrícola, el aumento de las roturaciones, y determinando la caída de los salarios reales de los trabajadores. No obstante, el principal impacto del aumento poblacional probablemente fue el de alterar el equilibrio entre necesidades de energía y recursos. Al nivel tecnológico existente en la época medieval, las fuentes disponibles de energía planteaban serias limitaciones para sustentar una población que crecía más rápidamente que la productividad agrícola. Por lo tanto, surgen desequilibrios que revelan la incapacidad de sustentar este crecimiento. De manera pues que el hambre, la peste y las guerras van a socavar la expansión demográfica, hasta lograr revertir completamente la situación. La población europea de aproximadamente 70 millones de habitantes hacia 1300 se redujo por la incidencia de los factores mencionados, fundamentalmente la peste negra de 1340, a aproximadamente 45 millones de habitantes hacia 1400, para no recuperarse hasta el nivel que tenía en 1300 sino a comienzos del siglo XVI [2].
El impacto sobre la producción derivado de la expansión económica y el incremento demográfico se hizo sentir por toda Europa, pero no de manera uniforme. Estimaciones del desarrollo económico europeo, considerando la evolución de la producción por habitante, permiten realizar un breve comentario. Para el período 1000-1500, siguiendo las cifras de Maddison (2001), el producto por habitante europeo experimenta tres cambios relevantes. En primer lugar, se incrementa a una tasa de 0.13% anual que, siendo una débil tasa de crecimiento, permite no obstante que el ingreso por habitante se eleve de 400 $ hasta los 774 $ aproximadamente. Un segundo cambio opera dentro del propio ámbito europeo, puesto que el crecimiento del ingreso por habitante reflejado para el mismo período en la región de Europa oriental, es inferior (0.03%) significando esto que, partiendo de los mismo niveles de ingreso hacia el año 1000, Europa occidental se colocará por arriba, en términos de nivel de vida por persona.
Hacia 1500, Europa occidental ya es la región con el nivel de producto por habitante más alto del mundo, aunque las diferencias con otras regiones no son todavía de importancia. Se debe insistir que estas diferencias en cuanto al nivel de vida, más allá de las discrepancias estadísticas entre diversos historiadores, no eran significativas, ni lo serán hasta la Revolución Industrial. Bairoch (1981) arguye que hacia 1500, la distancia entre el país más pobre y el más rico era probablemente sólo del orden de 1 a 1,8. A escala de los grandes conjuntos económicos, vale decir, si se compara Europa occidental con el imperio chino, estas distancias eran más débiles, del orden de 1 a 1, 5 o inferiores. Si bien es cierto que las diferencias no son importantes cuantitativamente, la diferente dinámica económica operante en Europa occidental cuando se le compara al desempeño del resto del mundo, y cuando se contrasta con su parte oriental, sí marcan una diferencia cualitativa muy importante en su resultado posterior y para el análisis que de ello se desprende. Algunas regiones europeas, sobre todo las que contaban con una posición geográfica privilegiada, lograron establecer cambios institucionales fomentadores de las actividades productivas, especializándose eficientemente, mantuvieron un activo comercio y lo ampliaron constantemente. Sobre la base de esta dinámica particular, respondiendo a su vez a una evolución cultural que trajo nuevas ideas, nuevos conocimientos, técnicas mejoradas, algunas de estas regiones se prepararán para una expansión ulterior, signada por la colonización y explotación de nuevas tierras y recursos.
Los cambios operados en las condiciones demográficas y económicas también se manifestarán en los cambios sociales y políticos. Se produce paulatinamente el estancamiento de grupos sociales, como la aristocracia, cuyo carácter y concepción del mundo es conservador y está arraigado en la tradición. Al mismo tiempo, provoca la irrupción de nuevas fuerzas sociales, como los comerciantes burgueses, imbuidos de un afán de progreso económico y de dominio político, trastocando un entorno estático y seguro, por uno dinámico e incierto. Por otra parte, instituciones con una enorme influencia a lo largo de toda la Edad Media, como la Iglesia, van a ver mermado su poder secular a expensas de los reinos y principados, en primera instancia, y posteriormente ante la constitución de naciones-estado, cuya escala política, militar y económica, les permite subsumir las funciones donde otrora la Iglesia imponía sus criterios y condiciones. El mundo medieval que comienza a desdibujarse se constata en la condición de los caballeros, reseñados por Bühler (1977: 94):
Los caballeros, a pesar de la jactancia y del orgullo con que pasean de un lado para otro sus relucientes armaduras, se han convertido en un anacronismo viviente. Dondequiera que tienen que medir sus armas con otras fuerzas, en las luchas contra los husitas y contra los campesinos suizos o contra los ejércitos de los pueblos polaco y lituano, que en sus batallas pelean sin preocuparse en lo más mínimo del código de honor caballeresco, los caballeros sucumben miserablemente.
Los cambios sociales también se revelarán en los grandes conflictos y revueltas sucedidos en el medio rural y urbano, azotando una gran cantidad de regiones europeas desde el siglo XII. Exacerbadas sobre todo desde el siglo XIV, las revueltas habla de relaciones sociales complejas, que por su misma dinámica tendían a alejarse del equilibrio. Basta indicar en apoyo a esta aseveración que, a pesar del ascenso económico logrado por la burguesía mercantil, su correspondiente ascenso político se vio obstaculizado por los derechos de los antiguos linajes y la nobleza terrateniente. Por esta razón, tanto el campesino como el burgués, a menos que hubieran alcanzado por su riqueza el titulo de nobles como patricios, siguieron formando, en general, el conjunto de lo que se conocía como la mísera plebe de los contribuyentes.
De estos dos grupos son los campesinos los que a lo largo del período medieval salen más desfavorecidos por el rigor de los cambios. Incluso los que trabajaban las tierras de su propiedad y hasta algunos pequeños arrendatarios estarán sujetos en todo momento a una serie de obligaciones y compulsiones económicas y legales, dictadas por el derecho consuetudinario y administrativo imperante en el feudo, haciéndolos dependientes económica y políticamente en grado sumo de los grandes terratenientes eclesiásticos y seculares. Cuando emigraban a la ciudad, al verse libres de la obligación de trabajar las tierras del señor, salvo casos particulares, su condición no mejoraba sustancialmente. En general, pasaban a engrosar la lista de jornaleros de la incipiente industria y del comercio de exportación en pleno desarrollo. En estas condiciones, signadas por un nivel de vida pobrísimo y la carencia de los derechos políticos más elementales, los campesinos a menudo se convirtieron en protagonistas de las revueltas
La burguesía mercantil, tanto la originada de la parte de la nobleza devenida en comerciantes, como la distinta a la clase noble, puede considerarse el mayor agente de cambio social de la época medieval, especialmente desde el siglo XIV y de manera preeminente a partir de las consecuencias económicas derivadas de los viajes ultramarinos. La posibilidad que brinda el comercio y la industria de lograr una incipiente acumulación de capitales eleva la condición de la clase burguesa, al punto de hacerla conquistar rápidamente sus derechos civiles, lo cual le permite participar activamente en el gobierno municipal. También los ricos mercaderes-banqueros, sobre todo en Italia, se convierten en los impulsadores de importantes innovaciones organizacionales, destinadas a disminuir y diversificar los riesgos del comercio y a minimizar los costos de transacción. Se observa pues una evolución en la constitución de sociedades mercantiles, en la implementación de seguros y en las finanzas, con el desarrollo de las letras de cambio, las cartas de crédito, la contabilidad y la banca.


Algunas de estas innovaciones pueden ser atribuidas al espíritu emprendedor que comienza a manifestarse con fuerza en varias regiones de Europa. Será sobre la base de este cambio de actitud hacia los negocios, imbuido de unos valores particulares, relacionados con la percepción favorable hacia el ahorro, hacia el trabajo, la frugalidad y una visión ampliada de las oportunidades, que se asentarán algunas de las ideas vinculadas con las explicaciones de porqué y cómo surge, hacia el final de la Edad Media y solapándose con las prácticas más tradicionales, una serie de rasgos que llevan el sello de capitalistas.
A pesar de estos nuevos rasgos de los negocios, junto con nuevas actitudes, si se detiene la mirada sobre el pensamiento económico medieval, se encuentra que éste va a conciliar más con la tradición que con los cambios sobrevenidos. En efecto, las doctrinas escolásticas condenan la usura y el cobro de intereses en una época en que el nivel alcanzado por las finanzas prácticamente los exigía. Igual tratamiento recibían las actividades mercantiles, como se deja colar de la doctrina eclesiástica nullus christianus debet esse mercator, es decir, ningún cristiano, prácticamente ningún europeo, debía dedicarse a actividades lucrativas. Empero, las nuevas realidades económicas terminarán por obligar a la Iglesia a adoptar posturas más flexibles. Desde finales del siglo XII, varias doctrinas rehabilitan el trabajo en actividades anteriormente menospreciadas, se acepta el comerciante como un agente de utilidad social y se establecen justificaciones para el pago de intereses en determinadas situaciones.
La visión política tampoco se desvincula del todo de la costumbre y la tradición. Algunas de sus raíces se pueden encontrar en el quehacer e ideario político de los romanos y, sobre todo, influenciando la práctica del poder en la Baja Edad Media, la herencia atribuible al pensamiento escolástico. Las instituciones de poder se configurarán en torno a unas normas sociales dominantes, expresándose en la evolución de los diferentes sistemas de representación política instaurados. Hubo, pues, una continuidad subyacente en la evolución de los estados territoriales, los sistemas legales, las monarquías y, en algunos casos, los parlamentos. En consonancia con esta evolución, el pensamiento político europeo hacia 1450, como lo destaca Black (1992), revela una continuidad de principios que van a sostenerse hasta el siglo XVIII. Los cambios operados con respecto a la autoridad del Estado y su separación de la Iglesia, el imperio de la ley, la legitimidad de las asociaciones menores; la representación ante el rey, los derechos consuetudinarios, la propiedad, se traducen en una visión coherente acerca de la justicia, la libertad, la paz y el bien común.
En resumen, el mundo medieval que se solapa con la emergencia del capitalismo, revela aspectos tanto de ese mundo que comienza a desaparecer, como del que está surgiendo sin terminar de madurar del todo. Esta “dialéctica” se refleja en un sinnúmero de rasgos económicos y no económicos, en las actividades de las industrias, en las políticas que se implementan y en las actitudes de las personas. Una figura multifacética que representa en sus acciones un poco de cada uno de estos mundos es el príncipe portugués Enrique el Navegante. El príncipe fue un hombre “moderno” en cuanto gran impulsador del desarrollo de la tecnología naval de punta y de los conocimientos necesarios para navegar en los océanos. Con este propósito apoyó la creación de la escuela náutica de Sagrés. Su mentalidad de descubridor no contrastaba con su visión comercial, obteniendo a menudo apoyo económico de su hermano el rey para sus exploraciones, toda vez que comprendía las implicaciones comerciales de sus proyectos. Empero, Enrique el Navegante era un hombre medieval en cuanto a creer que la utilidad de los conocimientos astronómicos se soportaba, más que en la navegación, en la predicción del futuro. Era ascético, tenía algo del espíritu de los cruzados y creía firmemente en la superioridad de la religión católica por sobre todas las demás. Si buscamos estas superposiciones en la globalidad de la vida económica medieval europea, también encontramos múltiples aspectos que lo revelan. Como lo hace saber Braudel (1985: 14):
Lo que me parece primordial en la economía preindustrial es, en efecto, la coexistencia de las rigideces, inercias y torpezas de una economía aún elemental con los movimientos limitados y minoritarios, aunque vivos y poderosos de un crecimiento moderno. Por un lado, están los campesinos en sus pueblos, que viven de forma casi autónoma, prácticamente autárquica; por otro, una economía de mercado y un capitalismo en expansión que se extiende como una mancha de aceite, se van forjando poco a poco y prefiguran ya este mismo mundo en el que vivimos. Hay, por lo tanto, al menos dos universos, dos géneros de vida que son ajenos uno al otro, y cuyas masas respectivas encuentran su explicación, sin embargo, una gracias a la otra.


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